A veces las películas tienen un actor por encima de lo que merecen. Eso les permite tapar falencias un buen rato y generar la sensación de solidez que el guión no tiene. Esta comedia llamada Yo, mi mujer y mi mujer muerta es un perfecto ejemplo de ello. Oscar Martínez interpreta a Bernardo, un arquitecto, profesor de la Universidad de Buenos Aires, un hombre conservador, creyente y estructurado, que al morir su mujer se encuentra frente a un mundo completamente diferente.
Al principio el único conflicto es que su mujer había puesto como voluntad que sus cenizas sean arrojadas en una costa española, mientras que Bernardo quiere un entierro tradicional, cosa que lleva a cabo. Una vuelta de tuerca pondrá todo al revés y Bernardo emprenderá su viaje a España con las cenizas de su esposa. El encuentro con su cuñada, con quien se lleva mal, será la primera estación de una serie de revelaciones. ¿Existe la posibilidad de que a pesar de décadas de matrimonio Bernardo no tenga la más remota idea de quién era o que quería su esposa?
El planteo tiene interés, pero el desarrollo serán una serie de situaciones en las cuales no se termina de encausar el film hacia un drama o una comedia. Oscar Martínez maneja bien ambos tonos cuando el guión lo requiere, pero justamente el propio guión tiene muchos baches y golpes de timón que van desgastando el interés del espectador. No es realmente graciosa la película, tampoco es emocionante y finalmente si existe una reflexión que ilumine al protagonista esta no llega a plasmarse. El proceso de crecimiento de Bernardo y todo lo que aprende no está genuinamente probado en la película, solo nos dicen que ha ocurrido.