Yo quiero ser bataclana (1941) de Manuel Romero es una típica película de este extraordinario director argentino. Prolífico, desprolijo y apasionado, Romero supo narrar con un ritmo único, las historias de personajes populares en películas que casi siempre pertenecían a más de un género. Su obra de casi dos décadas, dejó un legado definitivo en nuestra cinematografía. Por eso al decir que una película es típica de él, estamos definiendo el tono, el ritmo y los temas, todo en narraciones breves y entretenidas, con un desparpajo que pocos directores han sabido conseguir. Manuel Romero no se hace, se nace, pero también hay que tener oficio para poder llevar ese universo a buen puerto.
Una compañía teatral fracasada vuelve a Buenos Aires en tren y en medio de la decepción consigue que dos platudos que viajan en primera, solo por su afán de diversión, les firmen un nuevo contrato para montar la obra. Se trata de un teatro de revistas, pero de 1941, el mismo género argentino que el propio Manuel Romero ayudó a fundar. La tensión entre clases sociales, los amores cruzados, los enredos y los números musicales se suceden con ese frenesí romeriano que sorprende y divierte. La escena inicial, la del tren, podría haber salido de una película de Preston Sturges o de Luis García Berlanga, aunque Manuel Romero lo hizo primero. Hay un plano donde todos los personajes que pueden entrar en una escena en un tren, entran. Un encuadre maravilloso cuyo único antecedente podría encontrarse en algunas de las películas de los Hermanos Marx.
Niní Marshall interpreta a Catita, el personaje que la hizo famosa y que la lanzó en su paso de la radio al cine en Mujeres que trabajan (1938). No hay que explicar lo brillante que es pero sí darle a Manuel Romero el mérito de lograr que se integre a la trama perfectamente. El director de la obra, Carlos, también cantante, interpretado por Juan Carlos Thorry, está enamorado de su novia Julia (Alicia Barrié), la vedette de la compañía, pero esta claramente está dispuesta a cualquier cosa para ascender en su carrera. El tema de las mujeres que entregan su honra para triunfar y el de los hombres de plata dispuestos a entregar la suya para estar con ellas es algo que ya era tema en 1941. Por supuesto que están las mujeres que sólo quieren triunfar por mérito propio, por su talento y su esfuerzo, y en esa categoría está Catita, pero también su amiga Elena (Sabina Olmos) secretamente enamorada de Carlos, testigo de cómo el sufre por su novia. Enrique Roldán y Roberto Blanco interpretan con la eficacia de siempre a estos personajes ricachones, poco considerados, aun cuando de tanto en tanto tenga posibilidad de redención.
El guión de la película es muy simple y funciona más por escenas que en su conjunto, tiene el mencionado comienzo, que es espectacular y suma, con su orquesta pero también como parte de la comedia, nada menos que a Juan D’Arienzo y su orquesta. D´Arienzo hace de sí mismo y es objeto de muchos de los mejores chistes. “Miralo a D´Arienzo que cara de hambre tiene” dice uno de los personajes en la escena inicial. Imposible no encariñarse con este clásico de la comedia de Manuel Romero.